El juicio contra Bussi sacudió a una gran parte de la sociedad tucumana. Las palabras proferidas por el militar retirado sedujeron a unos y sorprendieron a otros. Por Federico van Mameren - Secretario de Redacción. Con su mirada lánguida enfoca el camino de sus días. No tiene recuerdos de su progenitor. Alguien se los contó para que él los recreara. La palabra rencor o venganza no figuran en su diccionario y menos aún salen de la boca de sus hijos. Es un tipo íntegro que en estos días está raro.
“Tengo todo el cuerpo en movimiento. Estoy todo revuelto. Me siento una licuadora”. La lacónica respuesta a la pregunta “¿Cómo estás?” describe con simpleza y sinceridad lo que representa para él el juicio contra Antonio Domingo Bussi.
Los tucumanos empezaron a revivir una historia que nunca antes habían querido ver. En tiempos violentos no se podía hablar y en años de libertad el poder de turno se encargó de poner piedras, y hasta leyes, en el camino.
Y la discusión quedó trunca.
Algunos viejos -y otros no tanto- se deben sentir como el joven de mirada clara y transparente. Una revolución interior los sacude porque los fantasmas del pasado se corporizan.
Y en la sociedad tucumana, como en el tango “Cambalache”, están “en el mismo lodo, todos manoseaos”.
El fiscal Alfredo Terraf nunca podrá olvidarse de que estuvo a punto de negociar con Bussi. Cuando pergeñó las preguntas que le dispararía el viernes se le debe haber pasado por la memoria el colegio electoral de 1987. Si en aquellos momentos Bussi les hubiese dado los electores que había conseguido en las urnas, Rubén Chebaia habría sido gobernador de Tucumán. Había radicales que le aconsejaban arreglar y Terraf junto a otros dijeron no. Fueron una bisagra histórica en aquel momento, igual que hoy.
Las generaciones que hoy conducen la provincia tanto en ámbitos públicos como privados, no permanecen ajenas a este juicio histórico porque sus vidas estuvieron atravesadas por los tiempos de plomo, de impunidad, con dictaduras y con democracias frágiles.
Fuera de libretoEl viernes, el militar retirado se sentó en el banquillo de los acusados. Primero pidió clemencia, como cualquier ser humano que enfrenta esas circunstancias. Pero con el correr de los minutos se fue poniendo el uniforme y habló como si ya estuviera condenado. No le importó si ofendía o no. Escudado en la acción de guerra justificó la brutalidad.
Sorprendió a todos con su actitud. En el recinto hubo quienes esperaban que el octogenario vencido incluso podía llegar a buscar que se dé una vuelta de página para cicatrizar heridas. Pero no. Con voz grave se asumió como el poderoso militar que lo controlaba todo en los 70 y hasta se refirió con sorna al ex senador Guillermo Vargas Aignasse. Desencajó a unos y sedujo a otros.
Esa fue su intención y logró su cometido. Despertó a los pocos adeptos que le quedan a su alrededor y a los que algunas vez lo votaron. Dejó tensión en el ambiente, porque quiso demostrar que es capaz de patear el tablero. Pero también sembró su intolerancia. Sólo reconoció como buenos a los médicos que dicen que su salud está dañada y despotricó contra todo aquel que no pensara como él o que no lo viera como un héroe.
El fiscal Terraf salió sorprendido, pero conforme. Siente que Bussi perdió el control y confesó su accionar.
Sociedad en su sano juicioLa balanza de la Justicia está permitiendo que la sociedad debata y discuta su historia.
Tal cual lo describía el fallecido jurista Carlos Nino, estos juicios promueven la deliberación pública en forma única. A la vez, disminuyen el impulso hacia la venganza privada y afirman, de esta manera, el estado de derecho. Incluso, advierte -citando a Jaime Malamud Goti- que los “juicios permiten a las víctimas de los abusos de los derechos humanos recobrar el respeto por sí mismas como sujetos de derechos jurídicos”.
El juicio histórico revitaliza las instituciones de la república porque, de alguna manera, se revisan las responsabilidades de quien estuvo al frente del Estado. Aun en la guerra debe haber humanidad. No vale todo, y el carácter humano no debería sucumbir. No todo está permitido, y eso lo enseñaron experiencias ajenas.
En casi todos los países que debieron afrontar este tipo de juicios, tuvieron que esperar para juzgar a veteranos débiles, sin poder, pero, sin embargo, les ayudó a crecer como sociedad porque le pusieron la cara a la impunidad que significa no juzgar.
Mal alumnoEl juicio a Bussi desanudó los anillos de las Olimpíadas, dejó la sensación de que la inflación es un problema secundario y hasta hizo pasar inadvertida la ausencia del gobernador.
Sin embargo, la semana se despidió con un episodio increíble para estos tiempos de democracia con Estados poderosos.
En la plaza Independencia un grupo de jubilados y estatales fueron maltratados por quienes deben cuidar el orden en la provincia. El objetivo de unos era poner una carpa en el paseo público hasta que les dieran los fondos reclamados. Los policías se ensañaron tanto, que hasta terminaron haciendo un papelón.
La protesta del miércoles fue protagonizada por un puñado de personas. Los manifestantes eran tan pocos que los policías terminaron arrastrando de los pelos a uno de los suyos, vestido de civil. Será que son tantos y tan nuevos los efectivos que todavía no se conocen. “No me peguen, soy Giordano”, la tristemente célebre frase del peinador porteño, se recreó en la plaza cuando los policías trataban de poner en caja a su compañero a falta de jubilados o estatales.
Cuando “el hombre que él inventó” intentó justificar el hecho, la explicación pareció desubicada. “Hay una iniciativa legal, vinculada al ámbito municipal, que expresamente prohíbe esta instancia, y como tal, lo único que se hizo fue hacer respetar esa normativa legal”, fue la frase del vicegobernador a cargo del Poder Ejecutivo.
Al Gobierno se le fue la mano y el descontrol policial fue minimizado. No es la primera vez que se trata de disimular un exceso o una falla. El gobernador suele defender lo indefendible cuando se trata de los miembros de su equipo de gobierno. Sin embargo, esta vez debería revisar los comportamientos; más aún cuando ya hay en agenda más protestas.
Según José Alperovich, Manzur es su mejor alumno, pero a la hora de rendir este examen, el vice fue sin estudiar.
Precisamente, son las instituciones las que hay que fortalecer en estos tiempos de oposición vaga y complaciente.
El exceso de poder que tiene la administración alperovichista contribuye a que se relativicen las leyes y que se ajusten al arbitrio de quien controla el poder.
Nadie puede discutir sobre las desventajas políticas y turísticas que acarrea la instalación de una carpa, pero le compete al municipio el control de ese paseo público. Y en todo caso, no es admisible una solución violenta.
Ya se experimentó un hecho idéntico cuando los vendedores ambulantes -que han iniciado el operativo retorno a las calles del microcentro- no se querían ir y el gobernador llegó a desobedecer una decisión judicial que indicaba que no debían estar.
La democracia no puede darse esos lujos, porque a la larga los lamenta.
La furia del huracánEl joven de mirada lánguida seguirá revuelto en los próximos días. Llegarán los alegatos que, como un huracán, seguirán haciendo volar por la conciencia todos los años silenciados. La licuadora se parará cuando se escuche la sentencia final.